viernes, 26 de diciembre de 2008

La Felicidad

"Llevaría unos meses viviendo con la mujer desconocida, cuando empezó a asombrarlo que la felicidad y el placer, o sea, aquel estado anímico extraordinario que suele considerarse la única recompensa por los sufrimientos terrenales, en realidad se parecían muy poco a lo que se había imaginado. Lo que estaba viviendo era sin duda felicidad, pero a veces le extrañaba que fuera un estado incómodo, complejo y, al fin y al cabo, poco agradable. Lo que más le incomodaba era la intensidad de tal sentimiento: resultaba exagerado, forzado, como si tuviera que andar en frac y sombrero de copa todo el santo día, incluso entre semana. Comenzó a comprender que la felicidad no podía considerarse una propiedad privada que uno adquiere un día, como por herencia, y luego ya sólo tiene que cuidarla y evitar que se la roben o que pierda valor. La felicidad había que descubrirla cada media hora, cada minuto, se manifestaba de forma impredecible, y en términos generales era más agotadora e irritante que agradable y tranquilizadora".
La extraña, Sándor Márai.

martes, 23 de diciembre de 2008

Asumiendo

“El hombre nunca puede saber qué debe querer, porque vive sólo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni de enmendarla en sus vidas posteriores. No existe posibilidad alguna de comprobar cuál de las decisiones es la mejor, porque no existe comparación alguna. El hombre lo vive todo a la primera y sin preparación. Como si un actor representase su obra sin ningún tipo de ensayo. Pero ¿qué valor puede tener la vida si el primer ensayo para vivir es ya la vida misma? Por eso la vida parece un boceto. Pero ni un boceto es la palabra precisa, porque un boceto es siempre un borrador de algo, la preparación para un cuadro, mientras que el boceto que es nuestra vida es un boceto para nada, un borrador sin cuadro." La insoportable levedad del ser.


¿En qué crees?
cuando lo que sos es lo que fue
y no son las ganas la salvación,
sino la imaginación,
la pura asunción.

Si fuera pecado el desafío,
pues estarías libre de culpas,
tendrías tu vuelo,
directo,
entrando al paraíso.

Pero ahí estás,
sin poder elegir más que el haber sido.
Al menos tenés la suerte de quererte,
tal como eras;
y de ser ciega,
tan, tan a oscura estás,
como para no ver que ya,
esa,
no es más que un eco,
vacío,
de lo que deberías olvidar.

Lo sé. Necesitabas el aviso,
que alguien sirviera de borrador
y te contara
que un día,
y qué día,
la impunidad de la juventud terminaría.

Te preguntás, ¿pasa justo cuando no puedo más?
Sentís los ánimos apelmazados en tu paz,
tapando los poros para inflar,
y querés que te devuelvan tu suerte.
"¿Dónde está?"

No hay respuesta que sirva.
La energía inconsciente terminó.
A tu magia le quitaron las cartas,
y eso es hoy.

Sólo resta entender
que la convivencia, ahora,
es con tus hechos pasados.

Y te dejaras admirar.
Y de dudar.
Y asumieras -y por favor asumí-
que la búsqueda esquiva es
tu condena,
la verdadera:
la tuya y la de tu paz.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Aridez

Sabía su nombre. También me había contado algo acerca de su trabajo y eso era todo lo que conocía de él. Ni un tic, ni un gusto, ningún placer. Dormimos juntos y, en la mañana, el calor en el cuerpo y la mirada que busca reconocer, pero no reconoce, me dieron la sensación de estar en un pueblo árido lejos de casa, cansada de caminar, buscando un hotel. Habíamos dormido poco, separados, y esa lejanía me había provocado agotamiento, un sopor de soledad intenso, demoledor. Estábamos sólo él, yo, mis pensamientos fóbicos, mis ideas sobre las suyas y nuestros cuatro ojos que trataban de espejarse y sólo conseguían cerrarse a la oscuridad, demorando mi paz. Despertar al lado de un desconocido, pensé, es como amanecer después de haber sido infiel. Es vacío desesperante y yo no encontraba ningún alojamiento. Quería llegar, dejar la mochila, darme una ducha y descansar. Entrar en mi mente, en ese refugio que construyo desde hace tiempo, el único espacio cercano capaz de darme tranquilidad. Pero su presencia me lo impedía. Su cuerpo tendido al lado mío sofocaba mi capacidad y yo necesitaba parar. Caminé más lento, con las últimas gotas de voluntad que me quedaban y por fin lo vi. Estaba ahí. Me costó, pero crucé la puerta que se abrió pesada, bajé la mirada, solté la tensión de mi espalda y entré. Aquella mañana decidí envolverme con los brazos de ese desconocido y él fue, por el momento que me lo permití, un hotel en mi desierto.

jueves, 11 de diciembre de 2008

C.F´s Dixit

“A mí me encanta coger con muchos hombres. Pero no me puedo definir como una trola porque no lo hago por amor a las pijas. Lo mío, más bien, tiene que ver con una cuestión sentimental”.

Grandes pensadoras del siglo XXI.