jueves, 29 de enero de 2009

Puteando en Franchute, loco

Es genial. Por favor, pasen por acá:

http://le-tampographe-sardon.blogspot.com/2008/10/insultes-de-buenos-aires.html

lunes, 26 de enero de 2009

Cuando masturbarse es el verdadero plan perfecto

Esa noche la cosa venía bien, sobre todo, porque ella andaba bien y sobre eso, no hay con qué dar. La barra del boliche quedaba a buena altura y qué bien que combinás los sabores, vos, barman. La cruzadita de ojos, bien, muy bien y la música: qué va. Ni siquiera le importaba.

Movimiento de cabeza así, tipo boya en la quietud del mar, y en la vista esas mujeres que hacían del género algo más interesante de lo que a veces se condenaba a creer. Cuánta sensualidad y qué bueno, definitivamente prefiero la sensualidad a la sexualidad, pensó.

La cosa venía bien porque esa tranquilidad de no pensar en nadie, de no esperar ningún sonido en ese celular, es una necesidad de momento para los correcaminos.

La amiga estaba de levante. Una actitud rotunda y desprejuiciada. O más bien: un andar obvio, que dice no me importa lo que piensen, ustedes, hombres, porque ¿piensan ustedes acaso en nuestro deseo? ¿O sólo contemplan el suyo? ¿Ah, sí? Pues entonces no tengo otra opción más que apoyarles las tetas encima. Para que vean, para que aprendan. Y ahí nomás andaba. Ni fu.

Y ella miraba el culo de la amiga que se zarandeaba frente a esos hombres calientes. Y sólo contemplaba porque quería estar tranquila, así, sumergida en esa paz que le daba –repetía para sí- no esperar a nadie. No, no, andá tranquila. Yo te miro y si te pierdo vos no te preocupes que me tomo un taxi y mañana me contás, le insistía a la amiga para que se fuera a conquistar.

En eso, empezó a sonar La Isla Bonita y -si cabía- la cosa se puso mejor todavía, cuando notó que se había zambullido el cuarto trago y el equilibrio se le había ido por los ojos del barman que, de golpe, era su mejor escenario. Pensar –pensó- es a veces perder el tiempo. Mirá como pienso yo, ahora, sólo con los pies y estas cosquillas que siento en estas manos, en mis manos, esas que voy a depositar tranquilamente sobre mi cuerpo cuando llegue a la soledad de mi habitación.

Ay, qué buena la quietud en medio de este murmullo sin volumen, qué bien que viene la cosa y mañana es domingo y no me importa. Tal vez me puedo tocar desde el amanecer hasta la noche, boca arriba, boca abajo; puedo frotarme contra el colchón y dejar caer el chorro de agua sobre mí, y acabar cuantas veces quiera. Y ni comer, puedo pasar el día sin comer, sólo masturbándome y llenando la casa de olor a mí, y sólo a mí, sin bancarme la transpiración ácida de ninguno de estos salames que bailan acá en este boliche. Como ese. Qué hace. Dios. Cómo puede moverse así al tiempo que mira a esa piba que –pobre- a sus veinte todavía necesita cogerse un par de veces a un flaco para entender lo que, después, con una palabra va a descifrar. Le podría avisar que no le conviene, que mejor haga como yo y se clave un par de tragos que acá adentro ninguno se la va a coger bien … no, no te lo puedo creer. No, no, debe ser el alcohol. Flaco, qué le pusiste a mi trago. No, me muero, me muero de amor. Facu, che, hola, Facu. Qué hacés, nene, tanto tiempo. Nunca contestaste el llamado, eh. No, todo bien, olvidate. Entiendo, entiendo que estabas en otra. ¿En serio? Qué bien, che. Nada, estaba bailando con unos amigos, viste, me sentí un poco mareada y me vine acá a descansar a la barra. ¿Vos? Ah, mirá. Quisieras venir, de pronto, si yo te invito, a mi casa, a tomar ese capucchino que me contaste que te gusta tanto. Ah, sí, viste cómo me acuerdo. Tengo memoria para cada cosa insólita. Qué barbaridad. Bueno, dale. Sí, sí, claro. Te veo en la puerta en diez minutos, si te parece. Me voy a despedir de mis amigos.

Y arranca la escena nomás. No lo puedo creer, ay Dios. ¿Estoy depilada? Dónde mierda está mi amiga que necesito desodorante. Ey, Claudia, Clau, nena, vení. No sabés a quién me encontré. A Facu. Sí, me muero. Podés creer que lo invité a casa y aceptó. Sí, viene, o sea, vamos, nos encontramos en diez en la puerta. Tenés desodorante. Mirá, tocame las piernas, decime si tengo pelos. Estoy pasable, ¿decís? Genial. Bueno, Clau, mañana te llamo, o pasado, depende, viste. Chau, chau.

A los diez minutos subieron a un taxi y a los diez siguientes estaban adentro. Ella de piernas abiertas y él moviéndose como un toro mecánico, como un disco tildado que se repite en el mismo ritmo. Ay, Facu. Y Facu dale que te dale sin onda pero desesperado. Y a los veinte minutos la cosa seguía igual y ella, Facu, vení, dejame que me de vuelta. Y Facu dele que te dele, igual, pero por atrás. Ay, Facu, dejame verte. Y Facu como que se había aprendido el paso y lo repetía en busca de la perfección. Y ella cada vez más seca porque esto –claro- no calienta ni un poco. El flaco transpirando encima, mirando la pared con su mejor cara de película porno en decadencia y por Dios que acabe de una vez que me quiero dormir, pensaba ella. Ah, le gritaba al oído, ensayaba volúmenes y gemidos, tipo: a ver qué pasa con éste, y el flaco nada, dale que te dale y la cosa no daba para más. A ver, salí, corréte un poquitito, nene, a ver, ponete así, boca arriba y ella va y liquida la situación, de un golpe, porque después de cinco tragos, las 7 de la mañana puede ser el horario del suicidio.

El flaco queda tirado, como muerto. Pero respira. Fuck. No se irá a quedar a dormir este. Me muero. Y entonces se insinúa y nada. Pero nada, eh. Che, vas a estar cómodo en mi cama de una plaza y no, no, no, no, la que faltaba: el ronquido letal.

Bueh. Se acomoda nomás. Qué sea lo que el sueño quiera y se tira a descansar. A la mañana, él se va, rápido, como escapando y –claramente- no llama más. ¿Será que le dio vergüenza su performance? Al menos no se quedó a desayunar y ella pudo buscan en su almohada la virtud de ajuste que –justo- ni Facu ni ninguno de los últimos hombres modelo 2000 se preocuparon por cerrar. C´est fini.

miércoles, 21 de enero de 2009

Sin ciudad

... Y un día llueve

... Y ese hotel, ese mismo hotel,
se vuelve refugio de oasis...

viernes, 16 de enero de 2009

Pensamiento Fugaz

Si creyera en el espectáculo de mi mente,
dirigiría la obra hasta el filo del tablón;
Pero, ¿podemos confiar en nuestros pensamientos?
¿No son ellos, acaso, sólo la imagen del espíritu,
fugaces como el equilibrio emocional?

martes, 13 de enero de 2009

¿Qué es esto?

Que alguien me explique el sentido de todo esto porque yo, en mis vueltas mentales, no lo encuentro. En ninguno de mis rincones.
Por qué se llevan mi tiempo empaquetado en desgano y la silla se calienta, se hunde y se atraganta con mi cuerpo. Para qué. Qué inconsciencia nos metieron por intravenosa que dejamos de pensar desde afuera, sin objetivo. Qué objeto. Objeto. No lo quiero.
Me da sopor. Tengo tal sopor que ni siquiera puedo llorar. Pasa, sólo pasa y que siga el que tenga que seguir. Total, se podrá ocupar de mis asuntos porque –está claro- hasta nos dejaron sin identidad.
La ingenuidad como bastión y tomemos cerveza, pasémosla bien que para eso trabajamos: para juntar ese mango que nos haga olvidar.
- ¿Querés tener razón o ser feliz? -preguntan
Y yo respondo que las dos.
Quiero elegir. Pero elegir siempre. No de a ratos, ni con las sobras que me dan.

Fragmentos de Trópico de Capricornio, Henry Miller

“Si te ríes cuando los otros ríen y lloras cuando los otros lloran, en ese caso tienes que prepararte para morir como ellos mueren y vivir como ellos viven. Eso significa tener razón y llevar la peor parte a un tiempo. Significa estar muerto en vida y vivo sólo en la muerte”.
“En todos los lugares donde hace frío hay gente que se mata a trabajar y, cuando tiene hijos, les predica el evangelio del trabajo... que no es, en el fondo, sino la doctrina de la inercia”.
“El presente sólo era una puente y en él sigue gimiendo, como el mundo, y ni a un solo idiota se le ocurre nunca volarlo”.

domingo, 11 de enero de 2009

La crisis del crecimiento

Pareciera que no hay cambio posible sin brusquedad.
No contemplo lo absoluto sin dolor. Sin desvelos.
El sueño busca en su despierta tortura los espasmos suficientes,
espasmos en el lagrimal que manifiestan sin totalidad.
Porque los indicios son silenciosos
pero los desenlaces, como la luna.
Que está. Que la vemos. Que se muestra soberbia.
Y que aunque a veces se oculte bajo su sombrero inclinado,
sólo hace falta esperarla algunos días más
para que vuelva a ser redonda. Fatal,
como la de esta noche.

viernes, 9 de enero de 2009

A Francisca

Es el momento en que reconocés que su sonrisa se vuelve tu paz; ese instante en que su alegría importa aún más que la tuya, cuando descubrís la fortuna de la amistad. El saberse dueño de esa capacidad de entrega, por más fugaz y repentina que sea, hace que las huellas de haber existido se vuelvan lluvia de arena y nada, nada más que la cercanía en medio del extravagante universo sea lo que importa. Al menos, hasta que el desquicio mental remonte la máquina de la individualidad y la esclavitud personal confunda una vez más. Con todo, saberme capaz de ser tu amiga, me es suficiente.

martes, 6 de enero de 2009

Susanitas Posmo

Diré que llegué a una edad en la que entiendo poco. Perdí la foto que había escondido en el cajón cuando era chica y sabía más. La guardé tan bien -y eso que me advertí del riesgo- que no la puedo encontrar. Tengo recuerdos difusos. Muchos alrededor sonríen y yo estoy con la ceja gacha, como que no veo, como que se me pianta un ojo. Sé del gesto pero no me acuerdo de las caras y después de haberlos soñado tanto, de deformarlos de a poco y en cada sueño, ya no sé si en el próximo estarán vivos o serán monstruos colados sin colador.

Hay algo que sí recuerdo y es que cuando alguien (a quien ya no conozco) sacó la foto yo estaba preguntando hacía dónde van los ciegos.

- Al mismo lugar que vos -me contestó ese y preguntó- ¿Vos a dónde vas cuando vas?
- A ver a alguien- respondí, como diciendo lo obvio.

Aunque ahora ya no cuestiono a dónde van los ciegos, a veces los veo por la calle y me planto en sus ojos. Los analizo, les busco el gesto delator porque creo que están mintiendo, me enrosco y me convenzo, y cuando ya no me quedan dudas, cuando el análisis que doblo como un origami cierra perfecto, asumo que lo único que quieren es ir tomados del brazo de alguna chica porque para ellos el apretón es caricia, igual que para otros el globo es teta y el muslo, dirección.

Los miro, los busco y cuando los vi, y vi que son ciegos, me pregunto por qué será que les desconfío tanto. Si lo pienso me molesto y repaso mis frustraciones para encontrar la explicación. Abro el origami y creo entender: será que se me vuelven eclipse de hombres invisibles y que como yo soñaba con pasar sin cuerpo para poder ver a la gente haciendo el amor, cagando o mintiendo, me da la sensación de que ellos, los ciegos, no pueden ser verdad.

El tema con estos tipos me quedó como un acto recurrente, como un tic bajo, de los más crueles y discriminatorios que me son inmodificables hasta cuando busco mi más político concepto de moral.

Dejo de analizar sus ojos sólo cuando descubro que no ven, que de verdad no están viendo nada y que es real que uno puede sacarse la ropa, arrancarse las pestañas con una pinza y tocarse con la punta de los dedos delante de ellos. Ahí los saco de cuadro: prefiero, entonces, mirar a la chica que lo ayudó a cruzar y que sin cruzarle un beso lo despidió.

Si pienso en el mejor momento de mi vida, siempre me acuerdo de mañana. Le cuento a mi psicóloga y me dice: “Tenemos que trabajar en ese pesimismo”. Yo le sugiero que mejor explotemos lo que imagino, si total la foto que había sacado para no olvidar quién quería ser, ya la perdí.

Porque son como piezas de rompecabezas que no encajan. Que perdieron la caja, como que alguien tiró el recipiente por equivocación, vinieron los de CEAMCE, se lo llevaron, lo hicieron bosta y el desperdicio subió al cielo pero nadie se lo fuma. Por eso los envidio un poco, porque me doy cuenta que yo también soy una pieza de un rompecabezas. Pero sí formo algo y ese algo es un almanaque. Me pregunto dónde mierda dejé la foto y qué carajo hago acá, sentada en el cordón, con la zapatilla desatada, a un paso de entrar a la oficina tirabuzón y mirando la identificación colgante de la nena buena que ayudó al ciego.

Sigo sentada y un toc toc toc me mueve los ojos y en la órbita aparecen otras. Igual que la de la buena obra. Se ríen entre ellas y se ojearon el reloj. A una le vi los dientes, los tenía amarillos de tanto fumar, y llevaba una revista Elle bajo el brazo.

Me hice la distraída. Abrí el diario y leí: “Las mujeres que crecen económicamente y en su profesión eligen estar solas”. Miré el papel, las miré a ellas. Vestían bien. Yo no. Hablaban por celular. El mío no sonaba. Estaban paradas con las piernas bien estiradas. Yo atajaba al cordón.

Elle es la revista que leen ellas, que es algo así como él al revés y capicúa, pensé desde el cordón y pensé también: "Estas leen esa revista, que es dos veces él, porque quieren ser como ellos y así creerse feministas".

Pero eso no es feminismo. No creo su marketing porque no me compro su victoria. Porque reconozco que ovulé un montón de veces y desde los 12 años, cuando supe que ellos no tienen la menor idea de lo que es ser flaca, gorda, linda, fea, sucia, limpia, fogosa, mala, intrépida, frígida, sola, violada y ninguna de las otras cosas que terminan con la letra A.

Lo ignoran, igual que nosotras no sabemos lo que es tener algo colgando, la presión de que tenga que descolgarse y treparse, escabullirse y meterse sin errar en la primera; tener que cuidar el culo y correr el riesgo de portar la más chica de la ducha.

Somos distintos. Ni como ellos al revés, ni dos veces ellos, ni nada. El avance de la mujer tiene que ver con que se nos respete, escuche, con la valentía de las que tiene ocho a cuestas, las que quieren ser amadas, cuidadas, elegidas. Y significa también que podamos tener sexo completo y desnudo. Pero para conseguirlo hay que ser distintas de ellos: no el bis de lo que ya hicieron. Ahí no vamos. De esa pista de carrera que armaron, que es una cárcel en donde la intuición no cuenta y el topless apesta, yo me bajo.

Le cuento a mi psicóloga y me pregunta por qué me molestan las mujeres que caminan por el Microcentro y por qué no los hombres. Le cuento que los hombres son otra cosa, me dan intriga, los busco, los toco, los huelo y cuando los conozco reafirmo que son otra cosa. Son intriga y movilizan, pero más lejos de la cama no llegás si no querés. En cambio con las mujeres tengo cuestión de honor. No me gusta que sean mi espejo en la ciudad. Hacen tac tac tac tac en el piso y su melodía me parece como Pier, que ni que vuelva a nacer va a ser como el Indio.

Y le sentencio: de las mujeres que caminan por el Microcentro no envidio a ninguna. ¿Cómo puedo querer tener la piel de alguien que se tapa la tripa gorda con un tul, flaco, que vale como 100 ideas verdaderamente independientes?

Seguí la mentira de la estadística del diario y me pregunté quién podía creerse que el hecho de que cada vez haya más mujeres solitarias en un súper ambiente con fotos blanco y negro, onda tengo onda, un vino súper buen corte y otro medio chotón para los ratos en que no picó, cuando pica el bagre en soledad, tenga que ver con una decisión de brutal cambio social, por convicción y rebelión. Yo no me la trago.

Y, vamos, soltera por honor -tuve ganas de decirles, desde el cordón- vos tampoco te la comés. Porque es más lo que te encanta tragarte la de uno para siempre, pudiendo hacerte de otras de vez en cuando, sabiendo que hay quien escupa el incendio de tu mente.

Con estas tipas tengo cuestión de piel. Me dan frígidas o calentonas al pedo. Siguen ahí chupando el de 10 pesos, guardando el regalo de navidad de la compañía para la ocasión en que el príncipe del Master les confiese su amor y ellas -un poco entregadas, otro renegadas- descorchen los tacones y le claven el esmalte comprado en lo de Robert con la poción de Marta para no perderlo más. Estoy convencida. Van a querer casarse y triunfar en su profesión. No vaya a ser cosa que las metan en el bolso al que fue a parar la mamá del bótox con el gato. Ser ama de casa, no way. Pero cero subestima, no creo en su boludez. Su profesión siempre tiene que ver con el master en administración que está tirado en el sillón después de una mamada mientras ellas sueñan, con la mandíbula atornillada.

Las seguí mirando y seguí la historia que contaba, inquieta, la de la tarjeta de identificación colgando del pantalón. Pensé: seguro va a volver a su casa a cambiar la pilcha por una bombachita más metidita para que el pitito del amiguito nuevo se cope más y no tenga que andar con el dedito salvando la situación. Que la última vez fue patética.

La primera pregunta de la cita va a ir directo al punto: "Cómo va con el laburo y cuántos palos factura la empresa". La charla sigue y se vuelve amena. Porque fluye, entendés que cuando fluye es porque hay onda. Ella le va a marcar que no es cualquiera al toque. Le va a decir que un tipo con códigos es re importante porque la mala gente abunda, sabés, y el dolor de la traición es imperdonable. Ni me cuentes qué tipo de pelis consumís porque por la onda te saco al toque: te gusta Kill Bill. Para esta noche tengo una sorpresa. Se chupa el dedo con champagne y lo roza en puntas de pie. "Te contaba que me gusta la soledad, que disfruto de ir al teatro y en general los sábados a la mañana me dedico a bajar un poco las revoluciones de la semana. Hago yoga y buen provecho del atelier. Sí, también pinto. Siempre encuentro el tiempo para hacer lo que amo. Soy una apasionada total".

El último trago burbujeará dentro del esternón. Un movimiento de hombros. Atrás, adelante y está lista. Es tiempo de demostrar todo el conocimiento que da la independencia. Música charm y oh my god, that kiss is so hot. El auto quedó chico. "Entrá. Te prometí una sorpresa".

Y la mina descorcha nomás, saca lo mejor de ella y la independencia se le va por el tubo de café que prepara con tanto amor a la mañana siguiente para combatir el mal augurio de un día soleado.

Las amigas se enteran. "El flaco es divino y me parece que se copó con mi faceta artística". Yo creo que son Susanitas posmo. Que les vendría bien tener una, sólo una amiga que se la banque de verdad. Que toque los tambores cuando quiera y que haga el amor. Sin estructura, sin bajón. Porque hay lugar para el abandono, la pena y la tinta sobre la lágrima; hay espacio para la cerveza del día después y la entrega por completo, sin llanto en el sexo y con culo a la plancha. No es que sea más feliz. Sólo que por tener menos aires se banca ser mujer en el siglo XXI.