martes, 26 de mayo de 2009

Insomnio

No puedo dormir. Son las cuatro de la mañana y hace más de una hora que giro sobre las sábanas. Debería lavarlas, me pica el cuerpo, pienso, pero sé que seguramente pase una semana más hasta que lo haga. Nunca antes había tenido insomnio, no puedo creer que ahora encima esto, ni que hubiera matado a alguien, me digo, y me desdigo inmediatamente: qué razonamiento superficial. Vuelvo a girar sobre lo que imagino es un bicho que me está picando el culo. Me rasco el culo, toco la sábana, no hay nada. Me alivio. Hago mi cuerpo una bola, me muevo hasta la parte más fría. Me quedo quieta, empiezo a ver letras sucediéndose y me ilusiono con que por fin me estoy quedando dormida, entonces me doy cuenta de que sólo estoy recordando el monitor de mi computadora y enciendo la luz. Tengo un libro de Bolaño al lado de mi cama, lo agarro, leo un cuento, me parece sensacional, sobre todo la escena en que B –debe ser él, pienso- no puede dormir. Agarro el celular, son las cuatro treinta de la mañana. Hago números. En cuatro horas más me tengo que levantar. Susurro insultos y me levanto. Abro la heladera, no hay nada; abro la alacena, saco papas fritas, me las como con brutalidad. Camino en la oscuridad de la casa y noto una vez más cómo me gusta la oscuridad de la casa. Tomo nota mental de todo esto que ahora escribo. Voy al baño. Hago pis mientas me miro al espejo, o me miro al espejo mientras hago pis. En eso la veo, ahí. Ya no se va a ir más, pienso. Corto papel, me seco, me levanto del inodoro y me acerco más al espejo, para verla de cerca. A ella, la razón de todo. Tengo una arruga. La primera. Una arruga delineada debajo de mis ojos, que además ahora están como adentro de una bolsa, oscuros. Envejecí, pienso, ya envejecí. Ya nada será igual.

viernes, 22 de mayo de 2009

Simplemente

La hoja en blanco. Empecé. Hola, Juan, cómo andás. Sabés, hace unos días que quiero hablarte, decirte algunas cosas que me están pasando, o más bien, que no estoy sintiendo. Tragué la primera burbuja de saliva y seguí. Tal vez una carta no te parezca lo mejor, pero qué es lo mejor en estos casos. Yo no lo sé, lamentablemente para vos, para mí, para todos, la vida se escribe en el anotador que llevamos en el bolsillo, ese en el que intentamos capturar algunas ideas mientras miramos por la calle, las paredes, buscando que nos devuelvan algún indicio de identidad. Me detuve. Todas esas palabras, esas ideas sueltas con las que intentaba expresar el lenguaje, el mismo que habíamos deglutido y pateado y descuartizado de la A a la Z durante decenas de noches de vacío opresor, iban a molestarle si esta vez estaban seguidas de una decisión tan cabal como la que intentaba manifestarle. Borré. No existen culpas. O si acaso alguien lleva el baúl sobre sus hombros, no seré yo quien asigne la labor. Tal vez las raíces de este desencuentro estén en nuestro inicio; es que vos, Juan, no pudiste dejar de señalarme por lo que sabías de mí, por lo que te había confiado cuando éramos amigos. Creíste que ibas a poder con mis verdades más entrañables, y me las pediste, todo el tiempo, y yo te las di, en la boca, cuerpo a cuerpo, pero vos vos no me pudiste soportar. Levanté la vista y me clavé en una foto gris que habita sobre mi escritorio. Pensé que las explicaciones no siempre son necesarias, no al menos cuando prenden luz sobre verdades que después pueden encandilar. Qué sentido tenía decirle que se había equivocado, que fracasó delante de sí mismo, que lo había arruinado. Me arrepentí, y borré. Y ahora, mirá quién sos, mirame a mí ante vos. Soy yo la que no puede, la que no soporta verte así, lastimándote, agrediendo todo lo que nos une, lo que nos unía. Te estás destruyendo delante del espejo y me estás consumiendo a mí, que no quiero caerte encima. Cómo es que no pudimos detenerlo, cómo es que después de tantas vueltas, de tantas idas y venidas no pudiste frenar tus desquicios a tiempo, cómo fue, Juan, cómo fue que te enroscó la cola de los celos y pasé a ser droga. El olor del sahumerio quemando cartón volvió a detenerme. Me dije que las instancias habían sido muchas, ya, y que nuestra historia formaba para de un pasado. Estaba muerta. Para qué, entonces, llenarlo ahora de cuestiones. Me convencí, y borré. Vos me importás y quiero verte bien. Pero evidentemente no soy yo esa que te completa, esa que pueda potenciarte, como tantas veces soñamos tirados en tu cama, fumando las horas de la noche entre revuelcos, dibujos tallados en el techo y promesas a olvidar. Espero que lo puedas ver, que puedas entender que esta decisión se trata de seguir buscando lo que es mejor para los dos, y esa posibilidad, es evidente, no nos encuentra juntos, no ahora. Para qué, si él sólo lo iba a entender cuando se enamorara de otra y yo simplemente formara parte de la experiencia. Borré. En definitiva, lo que quiero decirte, es que no te amo más. Escribí su dirección. Y lo envié.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Funshi

Esa mañana me desperté con una sensación absorbente, como si un ácido de laboratorio me estuviera desintegrando por dentro. No fue como otros picores que había experimentado alguna otra vez, después mantener relaciones sexuales con hombres de PH incompatible –pido perdón a los que luchan contra Sida, pero nunca fui lo que se dice una adepta al uso de preservativos. Aquella mañana, la sensación que tuve fue similar a lo que imagino sucedería si alguien me incrustara una maraña de pelos oxidados y estos tuvieran la vitalidad suficiente como para desenredarse dentro de mí. O algo así.

La cuestión fue visceral. Ahora que lo recuerdo, asumo que la bronca que sentí fue más intensa que la molestia –que, insisto, era brutal-, dado que yo, antes de buscar a un médico, a una curandera o –como mínimo- alguna crema funguicida, fui directo hasta su celular.

Y, claro, como era de esperar, encontré todo: el remedio, la enfermedad y el motivo fundamental.

Una vez que pude descifrar el enigma que estaba comiendo mi preciada y exitosa sexualidad por dentro, me acerqué hasta la guardia de un hospital, pedí por un ginecólogo con la urgencia de alguien que está por dar a luz un muñeco pony, y le dije al médico. “Tengo parásitos en la vagina, ¿cómo hago para curármelos?”.

El doctor no era lo que se dice un hombre expeditivo. Más bien, creo que su conservaduría, como de mente en aceite de oliva, le impedía ver que sus preguntas del tipo “tuvo relaciones sexuales primero por el ano y luego por la vagina” o “se lavó con un bidet de atrás hacia adelante” o “estuvo con la bombacha sucia”, no hacían más que irritarme y –pido disculpas otra vez a los luchadores- tuve que decirle, sin amabilidad: “No, doctor. Sucede que yo cojo bastante y el hombre con el que salgo hace unos días se acostó con una mujer con quien trabajo hace unos años y después vino a mi departamento. Esto fue anoche. El sexo fue pobre y yo pensé que se debía a que era viernes, fin de la semana; pero hoy que me levanté con esta picazón y después de haber leído un mensaje en su celular en que ella le decía que estaba abierta para él como una flor, entendí que el chico no podía más. Así es que no, doctor, fue simplemente sexo convencional, del misionerito, que le dicen, y yo bombacha sucia no uso. Si se mancha, me la saco y punto”.

El hombre me recetó un no se qué que venía con una pipeta que me introduje inmediatamente, me refrescó y volví a mi casa.

Cuando llegué, él hombre-avión transportador de insectos imperceptibles me estaba esperando con el desayuno listo, el diario sobre sus rodillas, abierto en la sección de policiales (paradojas de la vida) y una cara de aflicción producida por mi ausencia que –creo- estuve tentada de convertir en chatarra. Pero me contuve.

Supongo ahora que no estaba tan enamorada de él como creía en ese entonces, sino, lo que sigue no hubiera podido suceder. (Presten atención al siguiente diálogo que es posible tenga la destreza personal del paso del tiempo –esa cuestión inevitable de pensar que no fue tan grave y que uno es algo, aunque sea un poco genial- pero que, en definitiva, se desarrolló más o menos así).

- Me fui a la farmacia –le dije mientras untaba manteca en su pan tostado.
- ¿Para qué?
- Para comprar algo, es que me desperté con una necesidad.
- Qué interesante.
- Tengo ganas de que me hagas el amor por todos los agujeros que tengo -arremetí mirándolo fijo a los ojos, él sonrió y atinó a decir:
- Eso es tentador.
- Sí, y hay algo más.
- ¿Qué más? –preguntó.
- Necesito que me dejes meterte un consolador.
- ¿Te parece?
- Sí, y después pasártelo por la boca, refregarlo por todo tu cuerpo.
- Paloma, ¿en serio me decís?
- Sí, y quiero algo más.
- ¿Qué más? –preguntó, desencajado.
- Quiero que venga Julia.
- ¿Julia? ¿Julia Franklin?
- Sí, Julia, Julia Franklin, la que tiene parásitos.
- ¿Cómo parásitos?
- Que Julia Franklin tiene parásitos adentro de su culo.
- ¿Te contó ella?
- Sí. ¿Vos sabías que los parásitos sobreviven en el aire?
- ¿De que estás hablando, Paloma?
- De la vida del parásito. Es muy interesante. Pueden pasar de un culo a una vagina, con un intervalo de dos horas guardados en tu pantalón, y sobreviven.
- Paloma, me estás preocupando.
- Hacés bien, hacés bien, querido Lucas. Ahora, servime más café, por favor.

jueves, 14 de mayo de 2009

Signos


- Como si de alguna manera yo fuese alguien en verdad. No puedo tomarme con tanto respeto.
- Vos sos alguien, porque sos alguien para mí –insistió.
- No, Pablo, no entendés. La que soy para vos no es la que soy para otros, mucho menos la que significo para mí. Entonces, está claro que no existe un alguien, son sólo símbolos.
- Estás loca.
- Vos sos el que está loco que te empecinás en creer que puedo ser alguien, hasta la eternidad. Soy obsoleta.
- Tenés una responsabilidad y deberías asumirla –insistió aquella mañana con un concepto que yo no compartía, pero que él se empecinaba en establecer como la regla básica que un ser moralmente activo debería acatar.
- No me molestes con eso, no me vengas con moralinas.
- Lamento que vivas con liviandad –me atacó-. Pero vos tenés una responsabilidad sobre mí. Porque yo te amo. Y aquel que se sabe amado tiene una responsabilidad. Lástima que vos sólo pienses en no comprometerte más que con tus deseos carnales.

Licenciado

Diga mi nombre y no lo reconoceré.
Diga la fecha de mi nacimiento y no la recordaré.
Diga Señorita y no sabré quién es.
Dígame lo que quiera, que yo no registraré.
Pero cuando diga, sepa que ni valiente ni resignada estaré esperando que su voz se calle para que las palabras que pronunció se mezclen con algunas estrofas mías y así encontraré, por fin, el sentido de la soledad.

viernes, 8 de mayo de 2009

La fidelidad, como la dieta


- Hay gente que simplemente es fiel.
- Mentira.
- De verdad, algunas personas ni siquiera se plantean la posibilidad de ser infieles.
- Porque se reprimen, en todo caso.
- No, no necesariamente.
- Sí, se reprimen. Los seres humanos no somos monogámicos.
- Mirá, tengo diez años más que vos y te digo que hay ciertas personas que no son infieles, y que no pueden ni discutir esa posibilidad, porque decididamente no la consideran.
- Cerrazón obtusa. Disculpame, diez años mayor, pero yo creo que, en todo caso, no se animarán a plantárse la posibilidad.
- ¿Por qué usás términos tan negativos?
- No son negativos. No sé mucho de psicología, pero no asocio la represión con cuestiones necesariamente negativas. Uno puede elegir la represión.
- ¿Cómo sería eso?
- ¿No somos racionales acaso? ¿No te definís vos como a un ser racional?
- Sí, claro. ¿Y eso qué tiene que ver con la infidelidad?
- Que no somos monogámicos pero sí, racionales. Entonces, es posible que elijamos reprimir el deseo de estar con alguien más, si antes de eso decidimos ser fieles.
- …
- Pero lo importante es saber que lo elegimos, insisto, que lo decidimos. Porque si es que somos fieles sólo por mandato, y lo sostenemos, entonces estamos en peligro de vomitar entrañas.
- ¿A vos te parece?
- Absolutamente. Yo fui infiel toda mi vida y sueño con el día en que decida no serlo más. Es como el gordo que hace dieta. En verdad se quiere comer todo, pero se reprime por convicción. El elige y yo lo aplaudo.

sábado, 2 de mayo de 2009

Quiero


Llorar hasta que se me seque el alma.

Quisiera salir, correr y encontrarme un día, de nuevo, de frente a mí, para reconocer que estoy acá, que mis dientes siguen abiertos, que se asoman igual.

Entender antes, mucho antes, lo que no va a funcionar, quisiera, y así no golpearme tan fatal.

Aprender, no repetir y encontrar por buscar, eso también quisiera.

Quisiera detenerme un segundo.

Quisiera lucidez mucho más y aprender a claudicar.

Pierden y yo quisiera saber ganar.

Y quisiera, muchas veces, no pensar más.

Quisiera ser tan valiente para ser amiga como lo son ellas, y mostrarles que las amo primero, sin dudar, y que les digo gracias cada vez que las escucho llegar.

Quisiera un perro,

Quisiera un beso,

Quisiera un abrazo,

Quisiera olvidar.

Confiar más y perdonar menos, sería bueno que eso fuera algo que también quisiera.

Menos orgullo inconducente, falsa moral, quisiera.

Una suma de valor personal, quisiera, ser profesional.

Volver el tiempo atrás y detener el paso del tiempo, eso quisiera.

Que mi familia sea eterna, que las mujeres de mi vida sean mi familia, no perder mi capacidad de amar y que me amen de verdad, con todo, contra todo, por mí. Que la vida no duela y que si ha de ser así, quisiera que al menos sirva para socorrer algún destino esquivo que valga la pena ser sometido. A este suceder.