lunes, 2 de febrero de 2009

Avenida de Mayo, querida


Salí a comprar comida. No porque tuviera hambre sino más bien por cortar el día en dos, tomar aire y alistarme para el segundo combate, de 14 a 18. Caminé hasta Avenida de Mayo y entendí porqué siempre que salgo a hacer éste especie de ritual personal en soledad y sin sonrisa, camino para el lado de Avenida de Mayo y no para el de Corrientes.

A partir de Rivadavia, Florida se transforma en Perú. Yo trabajo ahí. Justo en esa intersección y, por suerte para mi superstición, de la vereda de Perú. Sin embargo, siempre digo que estoy en Rivadavia y Florida, si me preguntan.

Sólo cuando salgo a almorzar y, como decía, camino hasta Avenida de Mayo, reconozco que estoy de frente a Florida, reposando mi cuerpo en Perú. Es que para mí es Avenida de Mayo y no Rivadavia la que cambia el nombre de las calles, esta perla de Buenos Aires que, sin el Tortoni, igual sería mi punto cardinal en la ciudad.

Sus veredas blancas y negras me quitan la mochila de la rutina para transformar a esta en una exquisitez elegida. La única repetición que busco conforme, con placer, en medio del tic global en el que vivo zambullida.

Este medio día crucé caminando, como siempre, sin variar, a paso lento. Sola, pensando en el escape perfecto. Es increíble, pero desde hace diez años que pienso en él.

A este sueño poco onírico le sumé en 2008 la fantasía de que la concreción del cambio se iba a dar, justamente, en Avenida de Mayo. Pienso que un día me voy a encontrar de frente con un hombre de barba tupida, bien blanca, como la que hubiera querido que llevara mi papá, que me va a mirar y me va a decir: “Dejalo y sólo vení”. Y que yo sin siquiera pensar en volver atrás, voy a dejar la cartera que nunca llevo cuando salgo a comprar comida en la oficina, y lo voy a seguir. Lo voy a mirar y le voy a preguntar si puedo olvidar mi sonrisa por un rato. Él va a decir que no hace falta argumentar, que camine por Avenida de Mayo y mire el mural, ese que está pintado llegando a 9 de Julio, que siempre me llama la atención, pero que esta vez lo observe, sin reloj, y me quede cuánto quiera. “Ahora podés empezar a ejecutar tu creencia y olvidarte de la necesidad porque el resto, para cuando lo quieras buscar, estará adentro tuyo”.

Este medio día conocí decenas de historias que habitan una avenida que recorro todos los días. "La tranquilidad es una bajeza moral", decía Tolstói. Y yo desperté.