martes, 31 de marzo de 2009

No acuerdo

El que calla no otorga;
el que calla se elimina.

lunes, 16 de marzo de 2009

Una carta de amor

Amado mío,

Desde que me atreví a mirar, escribir se volvió la única forma de liberar mis reflexiones. Así es que, heme aquí, convirtiendo mis silencios en movimiento, llevando al papel el abecedario que susurro a tus oídos.

No hay premura en mis palabras ni desidia en mis actos. Es que ninguna liviandad me es posible, hoy, que te amo con la intensidad con que sopla el viento de abril.

Cuando recuerdo que el amor significaba tan sólo un juego por perder, un electro shock obsoleto, surge en mí el deseo de romper mi creencia, como aquel que abandona su religión.

Y en Nuestra intimidad, sabés, me convenzo de que es posible.

Siento que puedo amarte aún más, incluso sobre lo que siento en este presente que ahoga mis ideas, que me explota como orgasmo en tu sabor.

Prima en mí la necesidad de pedirte que creas en que es posible y te atrevas, conmigo, a volver estilo este delirio, y me encuentres a los 70 vistiendo de gala de una sabiduría hecha de a dos, con los ojos en vos y las manos, ásperas, cruzadas por amor.

lunes, 9 de marzo de 2009

Condenada repetición

Hay un bis que no se puede evitar. Ahí está el saber porque si no se repite no se incorpora. Aunque digan que es así como no se supera. Ahí entendemos –los afortunados- y carneamos la cosa. Decimos ok, esto va a salir así. Y ni chance de que sea distinto. En ese tren, perdemos la capacidad de sorpresa, como una renuncia de cabeza gacha. Ma´ sí. De esta historia ya conozco. Y a volver a empezar. Poner la voluntad que tal vez más tarde pero finalmente se vencerá, pensar, hasta que la ilusión se vuelva realidad y sólo quede el cántico del que pide más. Otra, otra. ¿Otra vez más? Y a ceder porque qué otra cosa se puede hacer. Y la posibilidad se achica. ¿Hasta desaparecer? Y ahí la muerte, y en el camino, la curva en la espalda. Jorobado quedás, derrotado y sin justicia. Al final.

viernes, 6 de marzo de 2009

Otoño

Dormía la siesta. Ella, que disfrutaba de la brisa, soñaba que al despertar querría ser otra, cualquier otra. Porque soñaba que una mujer de rostro confuso y hombros rectos había estado con aquel que ella amaba; que ella los sorprendía juntos y que él, al verla, se reiría adusto. Soñaba que el dolor le haría al corazón bombear sangre fría hasta entumecer su cuerpo y que el médico, víctima de su arte, debería amputarle el pie. En medio del bisturí y la vigilia estaba, cuando se frunció en un quejido, apretó los abdominales y se paró, con la ayuda del viento. Lo que creyó alivio, ese despertar del sueño opresor, se convirtió en siniestro: notó que el pie en verdad le dolía, el único que tenía, el pie era uno solo, le dolía aún más que en el sueño. Se sacudió en un intento por liberarse del estado somnoliento pero en cambio sintió vértigo. Esto es vértigo, entendió. Y esperó hasta que el dolor se volvió detestable y de esa sensación hay que partir, se dijo, llegar hasta el lugar en el que nada existe y limpiar el baúl. Calló el quejido y escuchó, de pronto, que desde que había despertado, un mascullar moribundo había estado soplando su nuca. Una guitarra, una flauta dulce, pedía y la imagen de cientos de damas cayendo la inspiraron positiva. Tomó aire y sin más aliento que el del deseo, sintió su tobillo quebrarse y del dolor sólo le quedó el mismo recuerdo que de la sangre fría, el médico, el hombre de su vida y el bisturí. Todo pasó remoto: el mascullar se volvió risa húmeda y, así, la hoja murió en el suelo, en otoño, el de 1983.