viernes, 9 de enero de 2009

A Francisca

Es el momento en que reconocés que su sonrisa se vuelve tu paz; ese instante en que su alegría importa aún más que la tuya, cuando descubrís la fortuna de la amistad. El saberse dueño de esa capacidad de entrega, por más fugaz y repentina que sea, hace que las huellas de haber existido se vuelvan lluvia de arena y nada, nada más que la cercanía en medio del extravagante universo sea lo que importa. Al menos, hasta que el desquicio mental remonte la máquina de la individualidad y la esclavitud personal confunda una vez más. Con todo, saberme capaz de ser tu amiga, me es suficiente.