miércoles, 1 de abril de 2009

7mo B

Toqué el timbre del 7mo B. A los pocos segundos, su voz de lobo feroz me invitó a subir.

Entré al palier y del ascensor salió una mujer vestida de rojo, digo vestida porque llevaba un vestido y no porque realmente estuviera del todo cubierta; me saludó con el típico ademán de la gente de esta pampa civilizada –bajó la cabeza y sonrió a medias, como estirando un hilo sensible ajustado a cada una de sus comisuras- y yo me esforcé por ser más original: la reverencié.

Subí los siete pisos chequeando cada una de mis partes. La vincha estaba bien puesta, el trasero ordenado adentro del pantalón y la camisa desbrochada lo justo. Levanté el mentón y golpeé.

Mientras esperaba que me atendiera, lo imaginé parado detrás de la puerta, haciendo el intento por bajar su dureza hasta las rodillas. Tardó lo obvio en contestar y finalmente abrió.

-Hola –dijo. Estaba vestido con un pantalón gris a rayas finas, una camisa blanca y esos zapatos de goma negros que cuesta distinguir si cumplen la función de sandalias o de zapatillas.
-Golpeé la puerta porque el sonido del timbre me recuerda a las bocinas, y las bocinas me estorban –respondí a su saludo.
-Entiendo –dijo-. Pasá, adentro de mi casa suena el silencio y si acaso también te estorba podemos inventar nuestro propio sonido.

Lo besé en el cachete y entré. Su galantería artificial no me había convencido, más bien me dejó el mismo gusto a poco que me queda luego de tomar esos jugos listos para diluir en agua que vienen en sobrecitos. Esperaba más de un poeta.

Su departamento era algo obvio. Libros, si, claro, y el resto, menos que el Tang: algún adorno heredado de esos que intentan imitar gestos puros de clase social -media alta, en este caso-, sombreros púrpura, marrones y cuadriculados, así, de a varios, y algunos pares de lentes, como si en esa casa los objetos fueran capaces de reproducirse como conejos.

-¿Qué tomás? –preguntó una vez que estuve adentro de la sala.
-¿Qué me ofrecés? –respondí.
-Podemos brindar con alguna bebida espumante; también tengo aguas saborizadas o vino blanco –me paseó por cada uno de los gustos burgueses que guardaba en su heladera y finalmente decidimos tomar champagne.

Fue hasta la cocina y yo, mientras lo esperaba, empecé a sentir una extrañeza que me subía por las rodillas, que no conseguí explicarme sino hasta que vi, en medio del living de impecable parquet, un efecto que –era evidente- no pertenecía al poeta. Aquella camisa de gasa roja no podía ser de él, o peor, no era de otra que de la mujer con la que me había cruzado en el ascensor.

-¿Estás solo? –pregunté entonces, cuando apareció con dos copas llenas de champagne y unas cerezas flotando en el fondo de cristal.
-No, claro que no, señorita –bajó sus lentes con un movimiento suave y me miró insinuante.
-Bueno, aparte de mí, claro está, que hasta ahora tengo conciencia del espacio que ocupa mi cuerpo –dije y completé la frase para mis adentros “que está acá parado, establecido como pirámide en medio de una plaza repleta de palomas desafiantes encarnadas ahora en tus libros”.
-Sí, estamos solos. ¿Por qué lo preguntás?

Para el momento en que golpearon la puerta, mi intuición me había indicado que saliera, que corriera fuerte y sin mirar atrás. Pero ya era tarde. Su cara adoptó el gesto de un perro frente a un dueño que sostiene un diario enrollado.

-¿Qué pasa? –le pregunté.
-Hacé silencio, por favor hacé silencio –me repuso. Y se quedó inmóvil, como petrificado. Jamás hubiera imaginado antes que un hombre afamado y reconocido podría paralizarse ante la situación de alguien llamando detrás de una puerta. Pero en ese momento lo entendí. Es que yo también sentía la espesura que navegaba en el aire. Implacable.

Otra vez se escucho el llamado, seguido entonces del timbre que chirrió durante uno segundos interminables.

-Es la mujer de vestido rojo –le indiqué sin dudar. El me miró y con un movimiento de cabeza me respondió que sí.
-Vení, vas a tener que esconderte en el cuarto mientras yo soluciono esto.

En la soledad de aquella habitación entendí todo. Porque todo estaba ahí: evidente. Donde apoyaba la cabecera de su cama había un salpicón de semen pegado en la pared; sobre la mesa de luz, dos de los tres preservativos de una caja y detrás de las cortinas: una pared. Ese poeta dormía en un cuarto sin ventanas. Ese hombre no era un poeta: era una ficción.

Al poco tiempo el ruido había cesado y deduje que la mujer se había cansado del engaño y se había ido a llorar las penas necesarias para olvidar al poeta rápidamente, juntar los argumentos para asumir que el hombre era un idiota y prepararse para llevar un buen ritmo en el raid sexual que la esperaba.

Atravesé la puerta del cuarto y la imagen de su figura desnuda, sentada sobre el sillón masturbándose con ambas manos, no me sorprendió tanto como notar que él no estaba en la casa. Recién ahí me di cuenta de que se trataba de una extranjera voluptuosa. Tal vez estaba en su período de indisposición. Yo sólo abrí la puerta y me fui, sin mirar atrás.

18 comentarios:

gamar dijo...

No se puede esperar que alguien que inventa historias sea honesto pero no hace falta ser poeta para ser tan deprimente.
Bello relato. Besos desde muy lejos

PABLO U dijo...

Buena historia. Tal vez se produjo porque la protagonista no toca el timbre que dice el título. Toca el séptimo B.

PD> Yo vivo en el séptimo B pero en mi heladera sólo hay ketchup y
un limón.

Saludos!

Princesa Turquesa dijo...

Veo que volvió la pornografía, qué porquería...te venís a Uruguay???, la rompemos!

petit dijo...

que bueno lo de los comentarios..

:)

un abrazo.

Wonder dijo...

Claro nena, te equivocaste de depto.
Tendrías que haber tocado en el 7mo A.
Seguro, segurísimo, vivía alguien más interesante.
Es que los hombres de letras no son de fiar... sabelo, jaja.
Besos!!

MQDLV dijo...

Hola Gamar desde muy lejos, ¿cuán lejos? Es cierto: inventar historias a veces es deprimente!

Pablo U, ¿lechuga no hay? Gracias por estar siempre tan atento. Besos.

Paulita, ¿esto es pornografía? Qué miedo.

Dulce Petit, sí, qué bueno! Te espero por a-q-i.

Wonder, me dejás muy tentada de preguntar. Besos, nena!

Wonder dijo...

Preguntar qué???
En el depto de al lado??

Princesa Turquesa dijo...

No temas amiga!, era una ironía...

MQDLV dijo...

Preguntar cómo sabés que los hombres de letras no son de fiar...

Paulita: ;)

Diego dijo...

El que necesita muchas y bellas palabras para decir algo esta escondiendo o disfrazando algo que no quiere decir... mientras piensa... como te partiría.

Diego dijo...

Paulita.. queria entrar a tu blog para comentar.. pero es muy exclusivo y la gente four non blog no tiene acceso... igual era para decir que lo de que escuchas la musica de pablito ruiz porque merece una segunda oportunidad fue sublime.

Princesa Turquesa dijo...

Diego, gracias por la intención, pero mi blog caducó hace años y está restringido porque era sólo para un grupo de amigas, juro que no te interesaría...

MQDLV dijo...

Diego... lo tuyo es algo así como Hombre Que Dice La Verdad. Pero ojo, eh, que la mujer también puede estar pensando en cómo te partiría y deseando el momento en que cierres la boca y se la partas de un beso. Los géneros se degeneran!
Besos, gracias por pasar.

Princesa Turquesa dijo...

Ah, sí, claro, a veces lo pensamos!

Juli dijo...

Hola! Vine retribuyendo visita ;) De a poco iré recorriendo el blog.
Me gusta como escribís. Atrapa.
Saludos!

MQDLV dijo...

Gracias, Juli. Nos leemos, pues.

Wonder dijo...

Le cambiaste el título!!!
Ahora mi comentario anterior no tiene sentido..
Los hombres de letras no son de fiar porque son muy verseros (rejuasss!)
Hola nena. Todo bien?

MQDLV dijo...

Ja! Claro, tiene sentido, Wonder!
Estoy muy bien. Recién llegada del mar. No puedo pedir más!