lunes, 8 de septiembre de 2008

Ella sonrió


Cuando las ruedas golpearon contra el asfalto, ella sonrió. Abrió los ojos, empolvó su cuello y vio a su alrededor sin mirar. El aire húmedo de Buenos Aires la salpicó de sudor, su pelo rubio brilló bajo el reflejo del sol y sintió nervios. Bajó la escalera. Buscó su equipaje. Salió y tomó un taxi.

La ciudad pasaba como rebobinada frente a ella que miraba su boca pálida a través de la ventanilla sucia del auto.

Todavía falta un tiempo para que todo este amor empiece a desandar. Atrás fue distinto, antes no lo sentí. Seguramente pase lo de siempre, pero está vez será como nunca porque yo, a esta altura, ya no soy la que fui.

- En el próximo semáforo a la derecha y tomamos la avenida unas treinta cuadras, por favor.

Pero esta vez voy a hacer que sea especial. Tal vez cambiando yo... Dónde dejé el regalo. Las medias rojas, estarán guardadas. Estos nervios significan. Cuando vea el regalo. Unas pastas con brócoli. Y si me dice que no. No, va a estar bien. Con la pollera azul. Me acuerdo de aquella noche en el hotel, por nuestro primer aniversario. Las velas las venden en frente, perfecto, que sean blancas para iluminar la escalera. Vino. Voy a comprar una blusa. Mejor champagne. Medio transparente, como con encaje. O unas copas de vino y lo sorprendo con la propuesta y ahí sí champagne.

- No, perdón, todavía faltan diez cuadras. En el semáforo de Tres de Febrero a la izquierda, por favor.

Ay. Suspiro desde que pasé por ese negocio. Estoy tan loca, lo que voy a hacer es de novela. Carla tiene razón, después de la conversación que tuvimos, con todo lo que me dijo, por la forma en que se expresó, no puede negarse. No. No lo puedo creer. Voy a tener que ir hasta el centro comercial. Ropa interior, cómo me olvidé de ese detalle. Tiene que estar todo perfecto. Ay, este miedo. El fue siempre tan libre, tan valiente para decidir por su vida, a la vanguardia de su convicción. Pero soy una idiota, todos los días me demuestra... ¿Y si es mentira lo que dice? Basta. Lo dice en serio, si lo veo en sus ojos tengo que confiar, es mi intuición.

- Sí, en este semáforo. Hacemos dos cuadras por esta calle y giramos a la izquierda otras diez cuadras, yo le aviso.

Relajó la cabeza sobre el respaldo del asiento y estiró las piernas hacia un costado.

En Los Angeles puede ser que consiga. Aceite hay, crema también. Velas compro en frente, me falta el vino y la ropa interior. Algo sensual pero nada demasiado osado. Sí, en Los Angeles. Es como dice Carla, por fin me pasa. Y sin perder la esencia. Porque esto también es osado. Cando lo contemos, qué arriesgada, qué especial. También para amar. El está igual que yo. Nos encontramos y acá estamos los dos. Si como, me van a caer mal los nervios. Sigo siendo yo. Está bien, no lo consulto más porque él se merece que no lo hable, que lo haga y que el universo quede afuera. Ese universo que tanto denostamos los dos, sabe lo mismo que yo. El sabe que la llegada está en el lugar del que todos largaron, cuando salieron a buscar lo que jamás encontrarán porque lo olvidaron en seguida, no bien pasaron los veinte. Qué tiene que ver.

-Acá giramos a la derecha. Es en la cuadra que viene. Señor, ¿cómo es su nombre? Hugo, sepa que usted está por dejar en la puerta de su casa a alguien a punto de dejar atrás una parálisis que la tuvo renga durante muchos años.
-Gracias. Sólo hay que ser un poco más mediocre de lo que uno sueña, y menos de lo que le sale con facilidad. Adelante del auto blanco está bien. Gracias.

La tarde empezaba a descansar sobre el ocaso. Los árboles parados sobre las veredas parecían acostumbrados al destino que se les había impuesto sin permiso. Ella vio la entrada de su casa y, otra vez, como arriba del avión, sonrió. Recordó el aspecto lúgubre que solía tener esa fachada hasta hacía poco tiempo, hasta antes de él, y volvió a sonreír.

Abrió la primera puerta y frente al pasillo tomó aire, llenó su cuerpo con el aroma a jazmines que navegaba por su vientre. Con su maleta cargada de deseos y desdeñada de pasado, caminó como quieta, deslizando hasta la puerta de entrada.

El sonido la irguió, los nervios se ajustaron todavía más fuertes a la boca de su estómago. Ya no sonrió: se emocionó de felicidad.

El lo sabía y acá está. Lo amo, lo amo con todo lo que fui, con toda mi fantasía.

Se detuvo sólo un instante, dejó rodar una lágrima y sintió el impulso de guardarla como a un recuerdo de bautismo. Pero la gota se escabulló por su cuello. Giró la llave despacio y lo encontró ahí, del otro lado de la puerta. De frente a ella, sosteniendo una copa y un cigarrillo, con un gesto al que nunca más pudo olvidar. Detrás de él, sobre el sillón de terciopelo bordó, yacía el cuerpo desnudo de una niña con piel virgen, labios gruesos y gesto de desesperación.

3 comentarios:

Santiago dijo...

Me gustó espiar acá...

Anónimo dijo...

muy beuna la historia..realmente me hizo sentir angustia y ganas de llorar aunque esperaba el final...pero lo de la piel virgen..mmm...duro muy duro..

MQDLV dijo...

gracias! thank´s! el final, hay que mejorar, seguiremos trabajando!